viernes, 23 de febrero de 2007

Una habitación con vistas

Berlín y Viernes, 23 de febrero de 2007.


Son las 3:23 de la madrugada después de diez, once, doce días de comunicación interrumpida. Qué excusa alegar o qué clase de palabras encadenar para lograr convencer al amante que patalea de justa rabia y tierna desesperación mientras espera con la ansiedad del zorro arrinconado. Permíteme que me levante, Eugenio, necesito enseñarte algo.




Sé que ahora entenderás mejor el motivo de mi tardanza.

¿Qué te puedo contar del mundo que tú ya no sepas? ¿Con qué sorprenderte si los más atractivos enigmas son siempre terriblemente comunes? ¿Qué escribir, o al menos, qué falacear? ¿Cómo convercerte si no es a ti, sí al menos al resto expectante y mudo? ¿Cómo y qué describir sobre la belleza de la muchacha gorda que sonríe y saluda entre dos asientos del autobús? Si narrara lo irreducible esto se convertiría en poema o tácita canción de abstracción. Me niego, por tanto, a defender si el cielo que vemos desde la habitación –la única con vistas de la casa- es claro u oscuro, aprendiz o ya anciano, limítrofe de tejados inexistentes o tierra tibia sobre nuestras cabezas.


Entiendo con pragmatismo tus problemas pulcrosanitarios. Te recuerdo y aviso que hablar de salud es igual de inútil que hablar sobre el amor: el hecho de quererlo o negarlo, de ignorarlo o idealizarlo y sobre todo el uso de esas inútilesformas verbales que muestran su debilidad derivativa en cuanto se aviva la lágrima en el ojo que brilla.

Lloro frente al espejo para poder verte. Lloro para tocar el cepillo de dientes de tu hermano y acariciar con él muelas lastimosas que demandan pleitesía. He visto en estos días, cuando despierto quedaba, el rostro del ladrón por todos amaestrado. He rozado con mi lengua rosada el artístico lóbulo de su oreja. Nos estremecimos sin arrepentimiento entre las cajas escondidas en el enigma del callejón. Decirte que el sabor de una piel me emociona es mentirte, pues no es emoción lo que siento, sino la vida verdadera, que no es otra que la vida ajena.

Me gustaría contarte, ahora que me al fin me consiento la reflexión, mi opinión tergiversada en cuestiones laborales, liberales, sentimentales y también, porque qué puede haber más excitante, acerca de aquellos extraños que una vez se nos cruzan para convertirse después en cabezas pensantes nuestras. Pensamos con el automóvil de nuestros amigos, asumimos el riesgo de nuestro padres ricos (odiando a los pobres) y continuamente, esto es, sin descanso alguno, recitamos retahílas aprendidas en la soledad de una habitación.

¿Qué quiero decir con esto? ¿A qué me aventuro antes de crear sueño? No quisiera que despreciaras o malinterpretaras la vida, mas ya sabes que no busco jamás el adoctrinamiento implicitado de víboras sonrientes. Te diría que jamás olvides que siempre somos todos ladrones, que pase lo que pase (expresión nihilista per se) en nosotros se conserva la violencia del miedo y la avariciosa ambición que acumulamos en una despensa de localización desconocida.

Se termina el participio y comienza el pavor. Quizá ahora aparte la vista del espejo para asomarme a la única vista que entonces me queda y siempre me acompaña. Te susurro mi miedo al amanecer, al enfrentamiento con un realismo mágico e incógnito.

1 comentario:

Marta Colmenares dijo...

Tu blog, no ha muerto, yo tampoco he muerto, tú tampoco has muerto.
Todo sigue vivo.
Me he hecho un blog, es feo, carente de lirismo o ironía, es un blog de post adolescente frustrada, pero bueno...
qué bien escribes, qué bonito lo que dices, me ha marcado especialmente esto:
Hay momentos muy tristes en la vida. Que rasgan los ojos, que punzan las articulaciones, que asolan las frentes, que extirpan los dedos que frotan, que rajan las horas en trozos tan pequeños que el nudo en la laringe te asfixia agónicamente hasta la tristeza, que es un estado. En los estados de carestía habituales (tristeza, soledad, negativa o silencio) el único remedio ante la duda vital es hablar de ello. Si uno de verdad desea suicidarse no lo cuenta
yo no escribo cosas bonitas, pero al menos escribo, o más bien tecleo.
Aquí estoy, no sé utilizarlo, pero me desahoga.
Siempre me llegas, un beso