lunes, 12 de febrero de 2007

Alaquàs por casualidad.
3`19`'

A menudo empiezo así los textos. Hay momentos muy tristes en la vida. Que rasgan los ojos, que punzan las articulaciones, que asolan las frentes, que extirpan los dedos que frotan, que rajan las horas en trozos tan pequeños que el nudo en la laringe te asfixia agónicamente hasta la tristeza, que es un estado. En los estados de carestía habituales (tristeza, soledad, negativa o silencio) el único remedio ante la duda vital es hablar de ello. Si uno de verdad desea suicidarse no lo cuenta. Así que:

En las calles anochece gente que envilece el cristal del ventanal más humano. En la inocencia pueril del que solapa su confianza en la oscuridad con alegría no siempre habita la duda de ‘lo que sucederá’. Por eso en el coche estaban guardadas todas las cuerdas de las guitarras y en silencio sonaban a desconcierto en una calle, porque sí. Dentro había un montón de aire y paciencia. A recogerlas fue un indeseable (puede que acompañado de su plural) y se llevó del espacio silencioso la ilusión tenue de quien sobrevive a base de inquietudes más sanas que la placentera delincuencia. Por eso, cuando el ángel, que había pecado, volvió entre sus alas hasta el lugar del deshecho se acordó del diablo y juró no volverle a fallar. No es ira lo que sintió en aquel lugar el músico al que le habían robado su instrumento, ni siquiera impotencia ni rencor social, sintió una tristeza tan honda que tocó el fondo de su cuerpo y supo medirlo por primera vez. Le dolió no haber sentido algo tan puro con lo que le habían quitado. La tristeza le sirvió demagógicamente unas horas, hasta terminar el papeleo en comisaría. Fue una muerte útil, un desenlace europeo a un amor en ciernes, a una idea deseada, parcialmente iniciada. Era lo último que aquella noche hubiera soñado en la pesadilla que se repite desde entonces. Me despierto sudando o pensando en él. Es difícil que algo tan frágil como un cristal conserve las esperanzas de un ser humano. Pronto compraremos una montaña y en su interior encerraremos, unos cuantos, el secreto de nuestras vidas, aunque nadie nos escuche, sin que nadie nos vea, esta vez.

Por lo demás tengo una curiosa infección dérmica en la cara. Me está supurando pus y creo que es la prueba evidente de que el estrés va a acabar conmigo. Estoy durmiendo más. Ya no trabajo en lo de antes. Ahora trabajo en otra cosa. Me voy a hacer una camiseta preciosa que pone “Arthur Cravan”. Me han hablado de una nueva tienda de transfer donde no has de mentirles acerca de los derechos de autor para que te planchen un dibujo sobre el algodón de Amancio Ortega.

También llevo meses reconstruyendo un ordenador y todavía no he conseguido estabilizar sus elementos. Volveré a ir a remover chatarra. Hay más componentes electrónicos en los vertederos que perros en la perrera. No me gustan los perros. No me gusta la gente que presume -con el cigarro de las 10 pudriéndose entre sus dientes por el paseo de la alameda- de la raza canina que ha subyugado en un décimo quinto piso. Hay miedo a la soledad en los espacios vitales. El ser humano es tan extraño que a veces se humilla con absurdas pérdidas de tiempo. La pulcritud literaria es una basura humana también, por eso no les escupo en voz alta.

No sé, volviendo a lo de antes, estoy decepcionado. Las pandillas urbanas ya no se matan entre sí. Ahora se mecen al beneficio mercantil y coleguean en una fusión de ideas totalmente incompatibles. Antes se escuchaba: “Anoche se cargaron a uno de ‘Los subterráneos’” Los conflictos, las censuras, la idiosincrasia asociativa está echada a perder, y yo me pierdo con ellos porque he nacido para narrar sus aventuras. Ya no hay líderes juveniles ni yonkis que les contextualicen. El futuro es tan distinto al que la Historia nos auguraba que hasta nos dan ganas de clonar a Einstein para que rememore cálculos mesiánicos. No tenemos ganas de comer. No somos nada más que recios chicos heterosexuales que detestan a la Iglesia por miedo a la guerra. No ganamos dinero para nuestros padres. Deberíamos pensar en eso. Sólo así comprenderíamos por qué somos lo que somos y lo seríamos con más fuerza. Algunos, como tú, con talento.

Se me resecan las fosas nasales durante la noche por el polvo que tengo guardado. No voy a dejar mi juventud pasar sin drogarme mucho más. Lo pensé hablando con mi hermano acerca de mi sobrina. Es una decisión en firme. Lo siento por el espíritu transgresor de la salud en mi generación. La vuelta a los clásicos me va a llevar a Burroughs, joder. ¡Ojalá hubieras escrito la puta Ilíada y no El libro de los muertos! Me rasco la oreja derecha con el cepillo de dientes de mi hermano. Hace tres años que no vive en casa. Estaba aún en nuestro váter. El otro día hablé con él. He pensado en darle utilidad a eso. Le echo mucho más de menos si le veo con frecuencia. Me rascaré con el. ¿Qué me dices de los ausentes líderes juveniles?

El viernes tuve un concierto. Conocí a una chica. Tenía su sonrisa y por eso me acosté con ella. Sin embargo, en la cama rocé que no era ella, así que sólo hablamos hasta que nos dormimos.

En la distancia,
yo, pronto.

No hay comentarios: