domingo, 29 de abril de 2007

Carta de amor no deliberada a un amante desconocido

Amado Eugenio:

Dejemos de hablar para siempre del tiempo. Obviemos como la felicidad su importancia: Atrapemos sin rencor la sabiduría de la incertidumbre e idolatremos con fervor la basílica experiencia de la alquimia mientras observamos nuestros rostros en el luminoso espacio que la huraña oscuridad esconde.

Desde que duermo con la ventana abierta desde que te conociera, no hay día sin noche ni sueño sin catarsis ulterior. Las estaciones se repiten tramposamente, nos hacen creer en su igualdad al estar ésta acordada y nos esconden –tantos secretos- el abrazo de una brisa invisible, el olor de unas ramas ancestras, la resistencia que nuestra piel continua causa en la sensual atmósfera; el roce de un cuerpo se abalanza con la ternura del nuevo amante, la sorpresa idealizada.

Quiero decir alto y sin ebriedad que te amo.

Amar no es un sentimiento sino una decisión. Te amo porque deseo amarte. Te amo porque he visto en la profundidad de tus ojos –unos ojos negros, un abismo afrodisíaco- la sombra de luz más infinita que jamás hubiera conocido. Te amo por el sexo que recuerdo excitado al acariciar el mío, el tuyo, la célula tangible de nuestra fecundidad, el órgano que en mi mano se derrite al ritmo de las lágrimas de júbilo. Es tu belleza la razón de mi amor y es mi silencio encarcelado la prueba de este mundo.

Nunca sabrás que te amo ni por qué. Ignorarás siempre aunque trates de aprender el qué. Te amo, Eugenio, te amo con el aplastante y patético egoísmo que nos domina. No te esfuerces ni quieras obsequiarme; ni siquiera te agradecería eso. Ya sé de los sentimientos que parentescan la nobleza y no temas por mí la crueldad de la insultante soledad, pues sé ya que en este amor tanto de necesidad como de invención no resta espacio para el otro, sino que esto es sólo, como debes haber sospechado ya, el soliloquio desgraciado de una metáfora incandescente.

Comprenderás entonces y ahora mi lasciva memoria de muerte. Siendo tú despedido me aseguro así la verdad de este amor esquizofrénico; reitero y concuerdo las notas musicales que suenan en este lecho; me convierto en infinito amante ante ti y el resto, desvanezco cualquier posibilidad así de que tu cuerpo convertido en sudor alcance a retener siquiera el inquebrantable aroma que el sexo ajeno incansable expresa. Con tu muerte comienza mi infinito.

Si te revelo mi identidad y el devenir de mi garganta es porque sé siniestro que sólo tu experiencia de la ignorancia será capaz de comprender lo intrínseco de este amor no deliberado. Sabes que soy, debes saberlo al menos, sabes que siento y soy huracán destructor que todo lo ama porque todo lo quiere poseer. Conoces el poder que mi sexo posee y es por ello, sabes, es por ello que inteligente escapas entre el barro de las vanas palabras y los horribles, desesperantes, intratables, fatuos, cónclaves de futuro.

Digo otra vez que te quiero y que permanezcas atento a mi amor. Mostrarte el amanecer en llamas de mi desesperación es sólo una cuestión de tiempo. Tiempo traidor que se vuelve cíclico contra mí, que me aprisiona en esta vieja misiva que nunca quise prolongar. Tiempo que me resulta imposible olvidar y que me recuerda con toda la fuerza y furia de lo inexpugnable lo mísero de una existencia que aguarda un amor que reconoce tan imposible como cualquier otro; un pasajero que deambula en el ocaso de un desierto en compañía de conocidos fantasmas. Mi sexo se despierta al recordarte y las ventanas de esta habitación se confunden con el éxtasis de mi cuerpo. Tiempo del arrebato. Tiempo amenazador. Tiempo de temor, amor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Eugenesia



Pasa que los cronopios no quieren tener hijos, porque lo primero que hace un cronopio recién nacido es insultar groseramente a su padre, en quien oscuramente ve la acumulación de desdichas que un día serán las suyas.

Dadas éstas razones, los cronopios acuden a los famas para que fecunden a sus mujeres, cosa que los famas están siempre dispuestos a hacer por tratarse de seres libidinosos. Creen además que en ésta forma irán minando la superioridad de los cronopios, pero se equivocan torpemente pues los cronopios educan a sus hijos a su manera, y en pocas semanas les quitan toda semejanza con los famas.