lunes, 22 de enero de 2007

Dejo sangrarte estas palabras

22 de enero de 2007
Alaquàs, 23:08
Luna nueva creciente


Querido y admirado amigo, me atrevo a interrumpirte en tu ajetreada estancia berlinesa para compartirme contigo. Es lo mínimo que podemos hacer una vez alcanzada la edad adulta. Luego alguno morirá, pero tendremos algo táctil y común. Si discrepas dilo. Ahora bien, es, te digo, tal el número de noticias que me cautivan como cínico periodista que ni siquiera el cielo ni el suelo son límites aceptables para abarcar tanto entusiasmo narrativo. Espero que la actualidad me sirva de motivación para escribirte con asiduidad, y sino siempre me quedará la vigilia.

Sin querer interrumpir tu lectura, me sorprendo al escuchar el falso llanto de mi abuela. Te cuento: en lo nocturno del día se me hace habitual ya esta situación. Afectada por una artrosis crónica y extendida por edad en nuestras vidas es más egoísta que nunca al pensar que nadie le escucha quejarse justo antes de expirar. La cosa es que ha empezado a gemir cuando pulsaba lo de “Luna nueva…” y he tardado en reaccionar, pero sigo.

Como te decía, me siento atrevido al invitarte a conversar en la distancia. Además me he arriesgado a titular la conversación, cosa que nunca había hecho contigo en una vista oral. Espero que te guste. Nuestra correspondencia, que será reflejo de la supervivencia en el muladar europeo, espero que te inspire y motive tanto como a mi.

Me cuesta continuar. La vieja no deja de repasar los más oscuros aspectos de la familia y me está enervando por momentos. Luego sueño que la ato y le estrujo unos auriculares con la música a un volumen inhumano. Todo amontonado sobre sus tímpanos. Sé bien que es mucho más rentable fabricar balas o galletas de carne para perros que masturbar la perdida causa familiar. Me agazaparé como siempre en la pasividad. Una evasión de responsabilidades no convence a nadie, pero mantiene limpia la estancia.

Pensando en nuestro oficio de periodistas sé que nuestro trabajo es tan ocioso y de vanidad nos llena tanto que los consumidores (preferentemente) de estupefacientes excesivamente cortados nos dedicaran sus quince minutos de gloria literaria justo antes de ir al centro deportivo de tonificación, relaciones homosexuales y públicas. Me gusta pensarlo. ¡Es tan sano!. Nos aletarga el sueño. Nos aviva. Por la gracia humana. ¡Que exageración de lo que uno imagina que es verdad!

¡Hay que joderse! Mi padre se ha tenido que levantar para ver qué pasaba con la que se está convirtiendo en involuntaria protagonista de la carta. Se bien que ha escuchado todas las mierdas y chanzas que ha vomitado sobre la familia. Se calma y mi padre traga. En la vida hay dos tipos de finales: los agónicos y los trágicos. El suyo es de los primeros. Yo te deseo uno trágico, por amor.

Me gustaría referirme, brevemente, a la novela que estás empezando y de la cual me enviaste hace unos días un extracto: no es la ambientación, ni la personalidad del protagonista lo que me hace titubear la atención lectora al leerla. Te aconsejaría, desde la humildad que me concede nuestra corta y quién sabe si efímera amistad, que no pecaras de autobiografiarte en tus personajes principales ni que nos regalaras postales madrileñas de los barrios underground que ya conocemos de sobra, la mayoría gracias a ti. Disloca el punto de vista. Distorsiónalo al máximo. Hasta el surrealismo. Es lo único que nos divierte, tu lo sabes. No ofrezcas ni una sola frase que ya otros escritores de tu talla hayan decorado ante su editor. Por lo demás, va a ser una gran idea si la desarrollas con tesón. Sólo has de aplicarle la acidez de la ayahuasca y el golpe seco y final del hacha que bien manejas de forma innata. El talento. Escríbelo en grande sobre una cartulina y perforalo entre una lenteja de aluminio con punta y la pared. Coge las 100 primeras hojas y déjalas en 20, sólo rescata lo extraordinario; recorta casi sin sentido; siempre buscando las vísceras del lector para sacarlas a relucir. Esta no es tarea fácil.

Es enero y se avecina una feroz entrada de frío polar a finales de mes. Ojala. Estos hielos son la salud de nuestros campos que bajo un sol anciano cansado de latir no auguran mucha vida en esta superficie. Europa lleva poblada demasiados siglos. Demasiadas columnas salomónicas en diferentes eneros. Deberíamos escapar e intentarlo en África, en silencio y disgregados. Sólo así vamos a ser capaces de olvidar los genocidios y la filosofía clásica.

No sin apuntarte, me despido, que muerto uno ya no siente nada. ¿Cómo privarse del sentimiento a nuestra edad y en los días venideros, también?, balbuceando nuevos nombres de drogas más viejas que Burroughs, Kerrouac, Ginsberg y Fante juntos, te emplazo al placer telemático de los extraños que aún escriben en papel de aluminio su futuro. Pueden acusarnos de haber matado al lapicero, pero no al carpintero. Y como ese cargo de conciencia no nos pesa podemos seguir manipulando a nuestro antojo las teclas, con la única censura de nuestro interlocutor.

Un abrazo,
Eugenio Viñas.

P.D. No sabemos lo que queremos, pero lo buscamos.

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