miércoles, 4 de abril de 2007

Desde el deshielo, Groenlandia, Ciudad del Cabo:

Querido y olvidado Vince,

así como un gato se contonea arrimándose hasta la desconchada pared para sentir el fresco de la cal en las bucólicas mañanas de verano manchego me siento yo. Todo mancha. Las estupideces más sinceras hacen girar el mundo. Lo absurdo nos hace ser mucho más creativos. Irremediablemente saludables los azucarillos cúbicos que mi abuela vierte con cariño en el café justo antes de echarme a dormir, y pienso por qué las vacaciones nos dan tanta felicidad que sólo deseamos dormir. Porque dormir nos hace felices. Porque la felicidad nos quita el sueño y nos hace soñar. Porque todo mancha tan rápido que sucede siempre todo a la vez. Porque contradecirse es tan sano que se me arquea la espalda y te miento si te digo que te quiero, o esas cosas que esperas que te diga para que se consume en tu cabeza mi fidelidad, la estabilidad, aunque no piense en ti ni en un solo momento del día hasta que suene el móvil. La mentira une y mancha. La mentira crea un vínculo entre dos personas al nacer. El mentiroso y el mentido. Un ligado que sólo se deshará cuando se conozca la verdad. Hasta entonces el cronómetro sigue contando sus números positivos. Mentiras, gatos, manchas y números primos.

Bendito sanedrín de dedos y pelo, y poco más que destacar de nuestra cochambrosa relación. Así como un gato se contonea arrimándose hasta la octogenaria pata de la silla para sentir las astillas que hurgan entre la dermis todavía entumecida de la penúltima siesta felina me siento yo. ¿Cuánto duerme un gato? Su deseo nulo por la lectura le otorga un gran número de horas libres después de las comidas. Las comidas que un gato realiza a lo largo del día corresponden a un número primo entre 5 y 17. Así decide, según la luz, la lluvia, el ruido, el viento en la cara, las amenazas geoestratégicas y otros recursos limitados, en qué gastar las vidas de que dispone. Se propone un final feliz, a poder ser bajo la rueda de un camión enorme, cargado de avena y pollos criados en alguna granja lejana donde un hombre lobo guarda sin recelo la juventud de un niño de 13 años. Raptado, aguerrido a su zulo donde tiene absolutamente de todo menos la libertad que poseen los esclavos como nosotros. Arrugado en un rincón desea salir en la televisión, marcar un gol con la selección, luchar por un puesto de trabajo y hacer botellón. ¿Quién culpa ahora a su raptor y no a sus padres? Lo absurdo es creativo, digo yo, y todo mancha.

¿Cómo mancha un gato y en qué medida es consciente de sus manchas si no se reconoce ante el espejo? La ilusión del niño que aplasta contra su débil tórax las primeras horas de vida de un gatito contrasta con las consecuencias del acto: la mamá gata huele después (con su olfato semi-profesional) los desconocidos restos humanos que impregnan la débil piel del animal, rechazando, en el mejor de los casos, a la cría y dejándola sin leche hasta la muerte por ceguera e inanición. En el peor de los casos, matando la intriga, puede ser brutalmente vapuleada y asfixiada por la propia madre que la repudia ante la atónita mirada del niño, mucho menos niño desde la cruda y violenta secuencia de imágenes filmadas a fuego en su memoria. Lo absurdo nos rodea, nos mancha y hasta nos insensibiliza. Aún así nos hace mucho más creativos manchar gatos, adaptar la armonía natural a la conexión entre los números primos y continuar haciendo crónicas de lo absurdo. Mentir deliberadamente es lo único que nos une. Por eso te escribo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me alegro de haber leido hoy algo así.