miércoles, 9 de mayo de 2007

Carta a un preso iracundo de dientes careados por los óxidos del alcohol

Ya basta de canciones de amor desaforadas y contraídas en un pedestal ambiguo que no llevan a ningún fin común. Desde que te hablo con relativa asiduidad y de forma directa no has dejado de titubear con la pasión que nos une, y pienso que ya es mejor no hablar de ello. Dejar de dilucidar la luz, abandonar el camino para seguirlo de la mano, en la distancia que va de Berlín a algún punto de las malsanas carreteras del Estado español.

Apareces en recuadros con las letras inconexas, serigrafiadas de una forma tan técnica que me da nausea y alimenta a la vez. Así te digiero yo hablando del tiempo, las aventuras, el futuro, la presión de los pecados, las nuevas y especializadas lecturas del Antiguo Testamento y la distancia que nos separa. Por ello que no te agobie declarar tu amor siempre y cuando yo lo rechace. Que se desmienta lo dicho es sano y la duda acompaña a los santos hasta su beatificación. Por tantas cosas como te he dado en la vida te recuerdo que deberíamos tranquilizar las aguas y tematizar nuestras conversaciones. Para ello tengo preparada una bala que adosar a tu sistema linfático: un tejido adiposo, una querencia del Oeste mediterráneo al que siempre hemos considerado Este geoestratégico; sólo por recomendarte la correspondencia: “Los héroes inútiles”, L.M.Panero contra Diego Medrano. Ya me dirás.

Para que me entiendas, Jirafa inmunda de pelo liso y piel de astracán, no guardo rencor a tus quehaceres conmigo, pero mantén la distancia de tu pene a mi boca porque las consecuencias pueden estar a la altura de las ‘torres gemelas’. Idealizado, sulibeyado y dispuesto a dejarme embaucar por anodinos perfumes que me distraen de mi absurdo horario laboral me despido hasta siempre/pronto con un abrazo de oso herido por la supervivencia generacional.

P.D.: Espero que entiendas la broma malentendida.

Un abrazo en forma de cruasán.